Una distancia insalvable es una exposición sobre la lejanía y la resignación: sobre aquello que los objetos prometen y no conceden. Partiendo del encuentro entre una colección heterogénea de obras contemporáneas y un conjunto de bienes procedentes de los monasterios de San Pedro de Eslonza, San Miguel de Escalada, Santa María de Sandoval y Santa María la Real de Gradefes, la muestra explora qué elocuencia conservan estos artefactos históricos –ahora desterrados de sus poderosos emplazamientos originales– y qué replica pueden darle unas obras desprovistas del peso simbólico de la tradición.
La exposición se estructura en una sucesión de desplazamientos y equívocos: un sepulcro donde no hay cuerpo pero sí silueta, un obispo ficticio que guarda la reliquia de una mandíbula en el pecho, elementos telúricos (el sol, la luna, una montaña) hechos de cartón y madera, fotografías de fotografías, imágenes propagandísticas, portadores de cabezas ajenas, esculturas hechas de vacío o una expiración insistente.
Estas obras, distintas en procedencias, técnicas y significado, combinan su rotundidad plástica con una cierta vulnerabilidad semántica: todas negocian con algo inaprensible o huidizo. Como si, por mucho que estén fijadas en sus tarimas, se rebelasen contra la quietud a la que las fuerza la sala.
